En Holatelcel, queremos felicitar a todos los maestros, pero de una forma diferente: ¡con GIFs! Para ello, contactamos a Dayana Martínez León, profesora de bachillerato, quien imparte la asignatura de Taller de Lectura y Comprensión, y nos platica su experiencia como docente en el momento de aplicar exámenes.
Si eres estudiante, seguro te identificarás con algunos de los momentos que describe. Si ya no lo eres, revivirás esa etapa.
Cuando anuncio que aplicaré un examen, la mayoría de los alumnos refleja una cara de sorpresa.
A otros, el rostro se les “desfigura” e intentan asimilar el hecho de que tendrán que estudiar, lo que normalmente hacen minutos antes del examen.
Los alumnos que sacan buenas notas, aceptan su destino y se proponen estudiar más para superarse a sí mismos.
A la hora de la hora, algunos alegan que “no sabían del examen”, aunque saben que no lo pueden evitar, así que lo tienen qué hacer.
Cuando leen los reactivos del examen que preparé, su cara nuevamente se va transformando. (¡No sé si las letras tienen un tamaño muy pequeño!)
¡Quién sabe por qué hay estudiantes que buscan encontrar las respuestas en el techo, en el suelo o en la pared del salón!
Como no las encuentran, y saben que van a reprobar, intentan echarme la culpa, con frases como: “Este tema no venía en la guía” y “Nunca nos avisó que teníamos que estudiar esto”.
También están los que van constantemente al baño. En ese momento me pregunto si les habrá dado diarrea por los nervios del examen.
Para mí, los minutos transcurren muy rápido y de manera divertida, ya que veo cómo los estudiantes deciden aplicar el viejo truco de “Ave María, dame puntería”.
El primero que entrega su examen, si es de los que realmente estudió, sale del salón con una cara de triunfo y satisfacción total.
Si es de los que no, su rostro refleja la expresión de “me van a matar mis papás porque voy a reprobar otra materia”.
El último en entregar, generalmente es el que espera una iluminación divina para obtener las respuestas mágicamente.
Cuando todos me entrega su examen, llega el momento más estresante para mí: calificar. Además de que me doy cuenta de que la mayoría de los jóvenes no tienen el hábito de estudiar, también observo que no comprendieron lo que se debía contestar, porque no tienen comprensión lectora. ¡Triste realidad!
Si la mayoría obtiene una buena calificación, me siento como un pavo real, porque sé que hice un buen trabajo y que ellos sí aprendieron algo.
Aunque no parezca, los profesores también tenemos sentimientos. Cuando la mayoría obtiene una mala calificación, me siento como un bicho aplastado. Así que me propongo cambiar la dinámica de la clase para que los chavos aprendan.
Cuando les entrego sus exámenes calificados, la mayoría de los alumnos se comporta como niños chiquitos que van a ser regañados. ¡Algunos hasta se persignan!
El grupo se divide en dos. Los que pasaron brincan, gritan y presumen su felicidad.
Los que no pasaron se avergüenzan de su calificación; inmediatamente me reclaman y afirman que los odio.
Los que ellos no saben sobre su calificación, es que son ellos mismos quienes se la ganan y se la ponen.
Ante todo, mi mayor satisfacción como maestra es que aprendan nuevas palabras, escriban mejor, comprendan mejor y se corrijan a sí mismos al hablar.
Lo que más amo de ser maestra es que saber que tengo una gran responsabilidad con mis alumnos. Lograr que aprendan es gratificante.
No olvides felicitar a tus maestros hoy y siempre, sobre todo a quienes han cambiado tu forma de ver el mundo.